Y un buen día decidí ir a la tienda de telas, sin boceto pero determinada a conseguir la tela principal, aquella que al momento de verla supiera que era la indicada: amor a primera vista con una tela, así la necesitaba y felizmente así la obtuve. Por aquella etapa estando en mi cuarto detuve la vista en un regalo que me dió una persona muy especial y supe que sería ideal incluírlo. A partir de ahí pude bocetar porque ya tenía la base para la paleta de color. Terminando el boceto fue cuando quise bautizarla y encontré el nombre perfecto en una hermosa flor: Shidarezakura, la flor del cerezo que llora.
Todo marchaba mágicamente. Lo siguiente fue dejarme llevar por mi gusto barroco-cauteloso y diseñar los detalles, luego ir en busca del material restante: tules, organzas, tafetas y satín malva, por supuesto. Entrar y salir de las tiendas hasta que el tiempo y el dinero lo permitieron. Dinero, agradezco que me limitara porque así pude incluír flores hechas a mano en vez de ser perezosa y comprarlas ya hechas. Luego trabajar. Cortes, puntadas, arreglos, flores de tela. Y en mis recuerdos siempre estarán las noches previas a las entregas como esta, el desvelo solitario con música favorita de fondo, terminando algún elemento que fue inventado de improviso, como cierta sombrilla que pinté y forré a las 3 de la madrugada. Dormir un poco y finalmente el grandioso día de poner cada pieza en su lugar. El maquillaje y el peinado hacen su aparición, tan divertidos ahora como lo fue con Catrina... esa secreta sensación...
Felices Vacaciones, y que tengan hermosas festividades!!