Siempre he tenido ese peculiar gusto por el disfraz. El hecho de vestir de diferente manera en cada oportunidad. Es un juego que todos podemos disfrutar pero que a veces tomamos muy en serio: nos dejamos encasillar en un estilo que creemos que la sociedad espera de nosotros y evaluamos a las personas respecto a lo que llevan puesto, como si de verdad un pedazo de tela fuera capaz de resumir todo lo que encierra alguien. La ropa habla, pero no te define. Lo divertido es dejar que cuente una historia. Es una especie de experimiento que puede fluír libremente en las ocasiones en que se quiera ir por la vida mezclando géneros, descubriendo combinaciones que lleguen a conquistarte. No debe haber un tiempo determinado, no es cuestión de seriedad, de edad, de rol social... es restarle consumismo y ponerle corazón al elemento, a esa necesidad básica que te acompañará toda la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario